LUZ DEL MUNDO



(Mateo 5: 14-16) “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

A renglón seguido de declarar que los discípulos de Jesucristo somos la sal de la tierra, con todo lo que ese concepto natural evoca en lo espiritual, el Señor nos dice que también somos la luz del mundo.


1.Hablemos del mundo
“...del mundo...”:
Por un lado los cristianos somos la sal de la tierra, por otro lado, somos la luz del mundo. ¿Qué diferencia podría haber entre la tierra y el mundo? Quizás ninguna de hecho, pero la traducción al castellano del griego original de las palabras tierra (gés) y mundo (cosmos), es correcta.
La tierra (gés) implicaría no sólo las gentes que la pueblan, sino también lo que ocurre en ella, algo así como la suma de la actuación de los hombres sobre el planeta que habitan, así como a ellos mismos.
El mundo (cosmos), implica más bien las gentes que lo pueblan. Veamos:
(Juan 3: 16, 17) “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”

Obviamente, en este caso el mundo son las gentes, ya que sólo las personas pueden ser salvadas.

Así que el mundo es más definición de las gentes en este caso, por lo tanto, el ser luz del mundo, es mucho más sublime y directo hacia los hombres. Como dice Matthew Henry:

“Esta es otra buena utilidad del verdadero discípulo de Cristo, y aún más gloriosa que la de la sal”
Los cristianos debemos irradiar la luz, que es Cristo,  a las gentes”
Ahora bien, el mundo (o las gentes que lo pueblan, bajo la influencia del maligno – 1 Jn. 5: 19) es un lugar inhóspito para el verdadero discípulo:
(Juan 15: 18, 19) “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.”

El ser la luz de este mundo no es agradable, ni para el mundo que detesta la luz, ni para el que es luz por que es detestado por aquél.
Y Cristo ya marcó ese precedente al respecto:
(Juan 1: 9-11) “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.”
Así pues, el mundo no será enteramente salvo, sino sólo aquellos que del mundo le recibieron (a Cristo), a los que creen en su nombre, a los cuales les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1: 12). De ahí que esa doctrina de “conquistar las ciudades y las naciones” en esta dispensación, no deja de ser un idilio con la irrealidad y la fantasía.
2. ¿Por qué somos la luz del mundo?
“Vosotros sois la luz del mundo...”:
Jesús dijo que sus discípulos son la luz de este mundo, porque primeramente Él lo es:

(Juan 8: 12) “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo;  el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”

Jesucristo es la verdadera luz, es “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, y que vino a este mundo.” (Juan 1: 9)

Jesucristo no es portador de luz como un día lo fue Lucifer, sino que Él es la luz porque es Dios, y “Dios es luz, y ningunas tinieblas hay en Él” (1 Juan 1: 5)

Jesucristo fue la luz de este mundo mientras anduvo en él:

(Juan 9: 5) “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”

El fue ascendido a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y nos comisionó a ser luz porque Él es la luz:

(Mateo 28: 20) “...he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

El Señor por su Espíritu está en cada uno de nosotros. Veamos algunas Escrituras más al respecto:

(Juan 14: 23) “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”

(Gálatas 2. 20) “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”

ASÍ PUES, SOMOS LA LUZ DEL MUNDO, PORQUE PRIMERAMENTE CRISTO ES LA LUZ, LO ES EN NOSOTROS, Y TAMBIÉN LO ES DE ESTE MUNDO.

3. La Luz y los discípulos
(1 Juan 1: 5) “Dios es luz y ningunas tinieblas hay en Él:
Cuando el Señor nos habla de la luz en estos pasajes, y nos dice que somos luz, nos está hablando básicamente en un sentido moral.

Primeramente la Biblia nos dice que Dios es luz: “Dios es luz, y ningunas tinieblas hay en Él” (1 Juan 1: 5)

La luz de Dios es Su Palabra por la que Él se revela, y que actúa como lámpara para mostrar el camino.

La Palabra de Dios es luz: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.” (Salmo 119: 105)

Nosotros como discípulos de Cristo - que es la Luz – hemos sido comisionados para mostrar el camino del Señor a los que nos quieran escuchar. Esta es la palabra del Evangelio. Somos portadores de la luz, ya que somos portadores de la Palabra de Cristo que es la luz. (Mt. 5: 14)

Somos comisionados a dar buen testimonio de lo que somos: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)” (Efesios 5: 8, 9)

La luz de Dios es la manifestación del mismo Dios, y Él lo hace por su Espíritu a través de cada uno de los verdaderos discípulos. Por eso somos la luz de este mundo: “Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.” (1 Tesalonicenses 5: 5)

La luz, como verdad de Dios, actúa poniendo en evidencia las tinieblas, es decir, la obra del maligno, del mundo y de la carne: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1: 5). Nosotros debemos ser luz en este sentido también.

La luz vence a las tinieblas siempre: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1: 5). Nosotros, como luz de Cristo, somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó (Ro. 8: 37)

Así como la luz natural del sol da vida y vigor al cuerpo humano; la luz de Dios da gozo y fortaleza al alma y al espíritu. La luz de Dios es Su misma presencia y el efecto de la misma. Si Cristo lo es en nosotros, entonces actuaremos como la luz que este mundo necesita, aunque no lo sepa.

Lo resumimos:
  1. Dios es Luz (1 Juan 1: 5)
  2. La luz de Dios es Su Palabra (S. 119: 105)
  3. Mientras la Palabra esté viva en nosotros, nosotros somos la luz de este mundo (Mateo 5: 14)
  4. Somos comisionados a dar buen testimonio en nuestro andar por el mundo (Ef. 5: 8, 9)
  5. Somos comisionados para mostrar el camino del Señor a los perdidos.
  6. Dios manifiesta lo que Él es – la Luz – a través de nosotros, que somos Sus hijos (1 Ts. 5: 5)
  7. La luz evidencia las tinieblas. La luz por tanto discierne – o separa – lo bueno de lo malo (Juan 1: 5)
  8. La luz vence siempre a las tinieblas (Juan 1: 5)
  9. La luz de Dios es para nuestro gozo, paz, y vida, y para todo aquel que quiera creer en la Luz que es Cristo.
 4. La luz, si es luz, se ve, y está para verse
“...una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder...:
Una ciudad que está situada sobre un monte, no se puede esconder de la vista de nadie. Los que van por el valle, la ven arriba en la altura. Los que están en otra montaña, también la ven. Los que vuelan sobre aquel monte, la ven en la cima. Es imposible que una ciudad que está a la vista de todos pueda pasar desapercibida.

Nosotros somos como una ciudad asentada sobre un monte. Todo el mundo nos ve. Desde el momento en que se enteran de que somos cristianos, todos nos observan.

Además, el Señor nos está diciendo aquí que al ser luz en Él, no podemos esconder de los demás lo que somos. Es como si fuéramos antorchas vivientes que allí donde estamos o donde vamos, desprendemos luz.

Ese es el motivo por el que somos luz en el Señor, para ser vistos de todos:

(Lucas 11: 33) “Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud (*), sino en el candelero, para que los que entran vean la luz.”

 El almud – modius en latín – era una medida romana de áridos correspondiente a 8 litros (63cc.)”
Lucas 8: 16 “Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz.”





Si Dios nos ha constituido ser la luz de este mundo, no nos ha puesto debajo de la cama, sino en un lugar donde podemos alumbrar a las gentes. Como dice Matthew Henry:




“Los discípulos de Cristo no se han de ocultar en la oscuridad de un claustro o en el retiro de una ermita bajo pretexto de contemplación, modestia o preservación propia. Por medio de su buen vivir, como Juan el Bautista, deben ser lámparas que arden y alumbran (ver Jn. 5: 35). Nótese bien el orden de los verbos; no pueden alumbrar si antes no arden.”




La luz cumple su propósito siempre aunque no lo “veamos” (Mateo 5: 15b) “...Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.”:




Primeramente, siendo luz, alumbramos “a los que están en casa”. Eso significa que en primer lugar somos luz para los que nos rodean.




La luz cumple su propósito siempre aunque no lo “veamos”, esto quiere decir que, aunque no siempre somos sabedores o conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor como causa de lo que somos, cumplimos siempre el propósito de lo que somos, si es que lo somos – esto es – luz en el Señor.




La razón de ser luz es para alumbrar, y con esa luz, manifestar todas las cosas. Al respecto, leemos en el Evangelio de Marcos:




Marcos 4: 21, 22 “También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz


Una ciudad sobre el monte, es vista por todos, por cualquier lugar”



5. Nuestra luz hace que se fijen en nuestras obras
(Mateo 5: 16) “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Esa luz nuestra es Cristo en nosotros, y es el resultado de Cristo en nosotros, el fruto del Espíritu Santo. También son las palabras del Evangelio que compartimos. Eso hace que las gentes se fijen en lo que hacemos. Los hombres han de ver “nuestras buenas obras”. La traducción mejor de “buenas obras”, es nuestras “hermosas obras, u obras de buena calidad” (en gr. kalá erga).

Hemos de alumbrar de tal modo que vean nuestras obras bien hechas, y de esa manera, las gentes reconozcan que hay un Dios, y esa es Su gloria (ya que sólo Él es Dios).

Por lo tanto, una vez esparcida la palabra del Evangelio, deberán verse esas obras de calidad que confirmen esa palabra.

Dicho de otro modo, nuestras palabras deberán preceder a nuestras obras. Si nuestra palabra es buena pero nuestra obra es mala (mal testimonio), vana es nuestra luz entonces.

Como dice Matthew Henry:

“Alguien tuvo la osadía de decirle a un predicador: “Las acciones de usted hablan tan alto, que no me dejan oír los sermones que usted pronuncia”

Leemos en 1 Pedro:

(1 Pedro 2: 12) manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.”

Este es nuestro reto.

Como luz, significa que nuestras obras son conocidas por la sociedad. Cristo dijo que sus discípulos serían reconocidos por sus “buenas obras”, esto es claro que es una expresión que generaliza todas y cualquier manifestación externa y visible de la fe cristiana.

Dios les bendiga.

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